AGENDA

* ESTA SEMANA TENEMOS OPERACIÓN KILO-LITRO. EN NOVIEMBRE HEMOS RECOGIDO 493 KG EN SIMPLY Y 508 KG EN LA PARROQUIA. MUCHAS GRACIAS A TODOS POR COLABORAR.

* COMENZAMOS LA NOVENA DE LA INMACULADA. HAREMOS UNA PEQUEÑA ORACIÓN EN LA MISA.

* ESTE PRÓXIMO DOMINGO 6 DE DICIEMBRE LAS MISAS SERÁN A LAS 11 Y 12:30 HORAS.

* EL LUNES 7 DE DICIEMBRE A LAS 22 HORAS, GRAN VIGILIA DIOCESANA DE LA INMACULADA EN EL CERRO DE LOS ÁNGELES.

* APÚNTATE AL CONCURSO DE BELENES DE LA PARROQUIA. LOS SACERDOTES IRÁN POR VUESTRAS CASAS BENDICIÉNDOLOS Y EVALUÁNDOLOS.

* COMENZAMOS EL MES DE DICIEMBRE Y HAY QUE DEJAR CERRADAS DOS CITAS IMPORTANTES DEL PRÓXIMO AÑO 2016.
- VISITA A ROMA EN EL PUENTE DE MAYO TODAS LAS PARROQUIAS DE VALDEMORO.
- JMJ DE CRACOVIA DEL 20 DE JULIO AL 3 DE AGOSTO PARA JÓVENES ENTRE 16 Y 35 AÑOS.

SANTOS DE LA SEMANA

30 NOV: SAN ANDRÉS, APÓSTOL.
1 DIC: BEATO JUAN DE VERCELLI, PRESBÍTERO.
2 DIC: SAN SILVERIO, PAPA Y MÁRTIR.
3 DIC: SAN FRANCISCO JAVIER, PRESBÍTERO.
4 DIC: SAN JUAN DAMASCENO, PRESBÍTERO.
5 DIC: SAN SABAS, ABAD.
6 DIC: SAN NICOLÁS, OBISPO. II DOMINGO DE ADVIENTO.

viernes, 26 de diciembre de 2014

MENSAJE DE NAVIDAD DEL PAPA FRANCISCO

MENSAJE URBI ET ORBI
DEL SANTO PADRE FRANCISCO
NAVIDAD 2014
Jueves, 25 de diciembre de 2014

Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz Navidad!

Jesús, el Hijo de Dios, el Salvador del mundo, nos ha nacido. Ha nacido en Belén de una virgen, cumpliendo las antiguas profecías. La virgen se llama María, y su esposo José.

Son personas humildes, llenas de esperanza en la bondad de Dios, que acogen a Jesús y lo reconocen. Así, el Espíritu Santo iluminó a los pastores de Belén, que fueron corriendo a la cueva y adoraron al niño. Y luego el Espíritu guio a los ancianos Simeón y Ana en el templo de Jerusalén, y reconocieron en Jesús al Mesías. «Mis ojos han visto a tu Salvador – exclama Simeón –, a quien has presentado ante todos los pueblos» (Lc 2,30).

Sí, hermanos, Jesús es la salvación para todas las personas y todos los pueblos.
A él, el Salvador del mundo, le pido hoy que guarde a nuestros hermanos y hermanas de Irak y de Siria, que padecen desde hace demasiado tiempo los efectos del conflicto que aún perdura y, junto con los pertenecientes a otros grupos étnicos y religiosos, sufren una persecución brutal. Que la Navidad les traiga esperanza, así como a tantos desplazados, prófugos y refugiados, niños, adultos y ancianos, de aquella región y de todo el mundo; que la indiferencia se transforme en cercanía y el rechazo en acogida, para que los que ahora están sumidos en la prueba reciban la ayuda humanitaria necesaria para sobrevivir a los rigores del invierno, puedan regresar a sus países y vivir con dignidad. Que el Señor abra los corazones a la confianza y otorgue la paz a todo el Medio Oriente, a partir la tierra bendecida por su nacimiento, sosteniendo los esfuerzos de los que se comprometen activamente en el diálogo entre israelíes y palestinos.

Que Jesús, Salvador del mundo, custodie a cuantos están sufriendo en Ucrania y conceda a esa amada tierra superar las tensiones, vencer el odio y la violencia y emprender un nuevo camino de fraternidad y reconciliación.

Que Cristo Salvador conceda paz a Nigeria, donde se derrama más sangre y demasiadas personas son apartadas injustamente de sus seres queridos y retenidas como rehenes o masacradas. También invoco la paz para otras partes del continente africano. Pienso, en particular, en Libia, el Sudán del Sur, la República Centroafricana y varias regiones de la República Democrática del Congo; y pido a todos los que tienen responsabilidades políticas a que se comprometan, mediante el diálogo, a superar contrastes y construir una convivencia fraterna duradera.

Que Jesús salve a tantos niños víctimas de la violencia, objeto de tráfico ilícito y trata de personas, o forzados a convertirse en soldados; niños, tantos niños que sufren abusos. Que consuele a las familias de los niños muertos en Pakistán la semana pasada. Que sea cercano a los que sufren por enfermedad, en particular a las víctimas de la epidemia de ébola, especialmente en Liberia, Sierra Leona y Guinea. Agradezco de corazón a los que se están esforzando con valentía para ayudar a los enfermos y sus familias, y renuevo un llamamiento ardiente a que se garantice la atención y el tratamiento necesario.

El Niño Jesús. Pienso en todos los niños hoy maltratados y muertos, sea los que lo padecen antes de ver la luz, privados del amor generoso de sus padres y sepultados en el egoísmo de una cultura que no ama la vida; sean los niños desplazados a causa de las guerras y las persecuciones, sujetos a abusos y explotación ante nuestros ojos y con nuestro silencio cómplice; a los niños masacrados en los bombardeos, incluso allí donde ha nacido el Hijo de Dios. Todavía hoy, su silencio impotente grita bajo la espada de tantos Herodes. Sobre su sangre campea hoy la sombra de los actuales Herodes. Hay verdaderamente muchas lágrimas en esta Navidad junto con las lágrimas del Niño Jesús.

Queridos hermanos y hermanas, que el Espíritu Santo ilumine hoy nuestros corazones, para que podamos reconocer en el Niño Jesús, nacido en Belén de la Virgen María, la salvación que Dios nos da a cada uno de nosotros, a todos los hombres y todos los pueblos de la tierra. Que el poder de Cristo, que es liberación y servicio, se haga oír en tantos corazones que sufren la guerra, la persecución, la esclavitud. Que este poder divino, con su mansedumbre, extirpe la dureza de corazón de muchos hombres y mujeres sumidos en lo mundano y la indiferencia, en la globalización de la indiferencia. Que su fuerza redentora transforme las armas en arados, la destrucción en creatividad, el odio en amor y ternura. Así podremos decir con júbilo: «Nuestros ojos han visto a tu Salvador».

Con estos pensamientos, feliz Navidad a todos.

domingo, 30 de noviembre de 2014

DISCURSO DEL PAPA FRANCISCO AL PARLAMENTO EUROPEO

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
AL PARLAMENTO EUROPEO
Estrasburgo, Francia
Martes 25 de noviembre de 2014

Señor Presidente, Señoras y Señores Vicepresidentes,
Señoras y Señores Eurodiputados,

Trabajadores en los distintos ámbitos de este hemiciclo,
Queridos amigos


Les agradezco que me hayan invitado a tomar la palabra ante esta institución fundamental de la vida de la Unión Europea, y por la oportunidad que me ofrecen de dirigirme, a través de ustedes, a los más de quinientos millones de ciudadanos de los 28 Estados miembros a quienes representan. Agradezco particularmente a usted, Señor Presidente del Parlamento, las cordiales palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre de todos los miembros de la Asamblea.
Mi visita tiene lugar más de un cuarto de siglo después de la del Papa Juan Pablo II. Muchas cosas han cambiado desde entonces, en Europa y en todo el mundo. No existen los bloques contrapuestos que antes dividían el Continente en dos, y se está cumpliendo lentamente el deseo de que «Europa, dándose soberanamente instituciones libres, pueda un día ampliarse a las dimensiones que le han dado la geografía y aún más la historia».[1]
Junto a una Unión Europea más amplia, existe un mundo más complejo y en rápido movimiento. Un mundo cada vez más interconectado y global, y, por eso, siempre menos «eurocéntrico». Sin embargo, una Unión más amplia, más influyente, parece ir acompañada de la imagen de una Europa un poco envejecida y reducida, que tiende a sentirse menos protagonista en un contexto que la contempla a menudo con distancia, desconfianza y, tal vez, con sospecha.
Al dirigirme hoy a ustedes desde mi vocación de Pastor, deseo enviar a todos los ciudadanos europeos un mensaje de esperanza y de aliento.
Un mensaje de esperanza basado en la confianza de que las dificultades puedan convertirse en fuertes promotoras de unidad, para vencer todos los miedos que Europa – junto a todo el mundo – está atravesando. Esperanza en el Señor, que transforma el mal en bien y la muerte en vida.
Un mensaje de aliento para volver a la firme convicción de los Padres fundadores de la Unión Europea, los cuales deseaban un futuro basado en la capacidad de trabajar juntos para superar las divisiones, favoreciendo la paz y la comunión entre todos los pueblos del Continente. En el centro de este ambicioso proyecto político se encontraba la confianza en el hombre, no tanto como ciudadano o sujeto económico, sino en el hombre como persona dotada de una dignidad trascendente.
Quisiera subrayar, ante todo, el estrecho vínculo que existe entre estas dos palabras: «dignidad» y «trascendente».
La «dignidad» es una palabra clave que ha caracterizado el proceso de recuperación en la segunda postguerra. Nuestra historia reciente se distingue por la indudable centralidad de la promoción de la dignidad humana contra las múltiples violencias y discriminaciones, que no han faltado, tampoco en Europa, a lo largo de los siglos. La percepción de la importancia de los derechos humanos nace precisamente como resultado de un largo camino, hecho también de muchos sufrimientos y sacrificios, que ha contribuido a formar la conciencia del valor de cada persona humana, única e irrepetible. Esta conciencia cultural encuentra su fundamento no sólo en los eventos históricos, sino, sobre todo, en el pensamiento europeo, caracterizado por un rico encuentro, cuyas múltiples y lejanas fuentes provienen de Grecia y Roma, de los ambientes celtas, germánicos y eslavos, y del cristianismo que los marcó profundamente,[2] dando lugar al concepto de «persona».
Hoy, la promoción de los derechos humanos desempeña un papel central en el compromiso de la Unión Europea, con el fin de favorecer la dignidad de la persona, tanto en su seno como en las relaciones con los otros países. Se trata de un compromiso importante y admirable, pues persisten demasiadas situaciones en las que los seres humanos son tratados como objetos, de los cuales se puede programar la concepción, la configuración y la utilidad, y que después pueden ser desechados cuando ya no sirven, por ser débiles, enfermos o ancianos.
Efectivamente, ¿qué dignidad existe cuando falta la posibilidad de expresar libremente el propio pensamiento o de profesar sin constricción la propia fe religiosa? ¿Qué dignidad es posible sin un marco jurídico claro, que limite el dominio de la fuerza y haga prevalecer la ley sobre la tiranía del poder? ¿Qué dignidad puede tener un hombre o una mujer cuando es objeto de todo tipo de discriminación? ¿Qué dignidad podrá encontrar una persona que no tiene qué comer o el mínimo necesario para vivir o, todavía peor, que no tiene el trabajo que le otorga dignidad?
Promover la dignidad de la persona significa reconocer que posee derechos inalienables, de los cuales no puede ser privada arbitrariamente por nadie y, menos aún, en beneficio de intereses económicos.
Es necesario prestar atención para no caer en algunos errores que pueden nacer de una mala comprensión de los derechos humanos y de un paradójico mal uso de los mismos. Existe hoy, en efecto, la tendencia hacia una reivindicación siempre más amplia de los derechos individuales – estoy tentado de decir individualistas –, que esconde una concepción de persona humana desligada de todo contexto social y antropológico, casi como una «mónada» (μονάς), cada vez más insensible a las otras «mónadas» de su alrededor. Parece que el concepto de derecho ya no se asocia al de deber, igualmente esencial y complementario, de modo que se afirman los derechos del individuo sin tener en cuenta que cada ser humano está unido a un contexto social, en el cual sus derechos y deberes están conectados a los de los demás y al bien común de la sociedad misma.
Considero por esto que es vital profundizar hoy en una cultura de los derechos humanos que pueda unir sabiamente la dimensión individual, o mejor, personal, con la del bien común, con ese «todos nosotros» formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social.[3] En efecto, si el derecho de cada uno no está armónicamente ordenado al bien más grande, termina por concebirse sin limitaciones y, consecuentemente, se transforma en fuente de conflictos y de violencias.
Así, hablar de la dignidad trascendente del hombre, significa apelarse a su naturaleza, a su innata capacidad de distinguir el bien del mal, a esa «brújula» inscrita en nuestros corazones y que Dios ha impreso en el universo creado;[4] significa sobre todo mirar al hombre no como un absoluto, sino como un ser relacional. Una de las enfermedades que veo más extendidas hoy en Europa es la soledad, propia de quien no tiene lazo alguno. Se ve particularmente en los ancianos, a menudo abandonados a su destino, como también en los jóvenes sin puntos de referencia y de oportunidades para el futuro; se ve igualmente en los numerosos pobres que pueblan nuestras ciudades y en los ojos perdidos de los inmigrantes que han venido aquí en busca de un futuro mejor.
Esta soledad se ha agudizado por la crisis económica, cuyos efectos perduran todavía con consecuencias dramáticas desde el punto de vista social. Se puede constatar que, en el curso de los últimos años, junto al proceso de ampliación de la Unión Europea, ha ido creciendo la desconfianza de los ciudadanos respecto a instituciones consideradas distantes, dedicadas a establecer reglas que se sienten lejanas de la sensibilidad de cada pueblo, e incluso dañinas. Desde muchas partes se recibe una impresión general de cansancio, de envejecimiento, de una Europa anciana que ya no es fértil ni vivaz. Por lo que los grandes ideales que han inspirado Europa parecen haber perdido fuerza de atracción, en favor de los tecnicismos burocráticos de sus instituciones.
A eso se asocian algunos estilos de vida un tanto egoístas, caracterizados por una opulencia insostenible y a menudo indiferente respecto al mundo circunstante, y sobre todo a los más pobres. Se constata amargamente el predominio de las cuestiones técnicas y económicas en el centro del debate político, en detrimento de una orientación antropológica auténtica.[5] El ser humano corre el riesgo de ser reducido a un mero engranaje de un mecanismo que lo trata como un simple bien de consumo para ser utilizado, de modo que – lamentablemente lo percibimos a menudo –, cuando la vida ya no sirve a dicho mecanismo se la descarta sin tantos reparos, como en el caso de los enfermos, los enfermos terminales, de los ancianos abandonados y sin atenciones, o de los niños asesinados antes de nacer.
Este es el gran equívoco que se produce «cuando prevalece la absolutización de la técnica»,[6] que termina por causar «una confusión entre los fines y los medios».[7] Es el resultado inevitable de la «cultura del descarte» y del «consumismo exasperado». Al contrario, afirmar la dignidad de la persona significa reconocer el valor de la vida humana, que se nos da gratuitamente y, por eso, no puede ser objeto de intercambio o de comercio. Ustedes, en su vocación de parlamentarios, están llamados también a una gran misión, aunque pueda parecer inútil: Preocuparse de la fragilidad, de la fragilidad de los pueblos y de las personas. Cuidar la fragilidad quiere decir fuerza y ternura, lucha y fecundidad, en medio de un modelo funcionalista y privatista que conduce inexorablemente a la «cultura del descarte». Cuidar de la fragilidad de las personas y de los pueblos significa proteger la memoria y la esperanza; significa hacerse cargo del presente en su situación más marginal y angustiante, y ser capaz de dotarlo de dignidad.[8]
Por lo tanto, ¿cómo devolver la esperanza al futuro, de manera que, partiendo de las jóvenes generaciones, se encuentre la confianza para perseguir el gran ideal de una Europa unida y en paz, creativa y emprendedora, respetuosa de los derechos y consciente de los propios deberes?
Para responder a esta pregunta, permítanme recurrir a una imagen. Uno de los más célebres frescos de Rafael que se encuentra en el Vaticano representa la Escuela de Atenas. En el centro están Platón y Aristóteles. El primero con el dedo apunta hacia lo alto, hacia el mundo de las ideas, podríamos decir hacia el cielo; el segundo tiende la mano hacia delante, hacia el observador, hacia la tierra, la realidad concreta. Me parece una imagen que describe bien a Europa en su historia, hecha de un permanente encuentro entre el cielo y la tierra, donde el cielo indica la apertura a lo trascendente, a Dios, que ha caracterizado desde siempre al hombre europeo, y la tierra representa su capacidad práctica y concreta de afrontar las situaciones y los problemas.
El futuro de Europa depende del redescubrimiento del nexo vital e inseparable entre estos dos elementos. Una Europa que no es capaz de abrirse a la dimensión trascendente de la vida es una Europa que corre el riesgo de perder lentamente la propia alma y también aquel «espíritu humanista» que, sin embargo, ama y defiende.
Precisamente a partir  de la necesidad de una apertura a la trascendencia, deseo afirmar la centralidad de la persona humana, que de otro modo estaría en manos de las modas y poderes del momento. En este sentido, considero fundamental no sólo el patrimonio que el cristianismo ha dejado en el pasado para la formación cultural del continente, sino, sobre todo, la contribución que pretende dar hoy y en el futuro para su crecimiento. Dicha contribución no constituye un peligro para la laicidad de los Estados y para la independencia de las instituciones de la Unión, sino que es un enriquecimiento. Nos lo indican los ideales que la han formado desde el principio, como son: la paz, la subsidiariedad, la solidaridad recíproca y un humanismo centrado sobre el respeto de la dignidad de la persona.
Por ello, quisiera renovar la disponibilidad de la Santa Sede y de la Iglesia Católica, a través de la Comisión de las Conferencias Episcopales Europeas (COMECE), para mantener un diálogo provechoso, abierto y trasparente con las instituciones de la Unión Europea. Estoy igualmente convencido de que una Europa capaz de apreciar las propias raíces religiosas, sabiendo aprovechar su riqueza y potencialidad, puede ser también más fácilmente inmune a tantos extremismos que se expanden en el mundo actual, también por el gran vacío en el ámbito de los ideales, como lo vemos en el así llamado Occidente, porque «es precisamente este olvido de Dios, en lugar de su glorificación, lo que engendra la violencia».[9]
A este respecto, no podemos olvidar aquí las numerosas injusticias y persecuciones que sufren cotidianamente las minorías religiosas, y particularmente cristianas, en diversas partes del mundo. Comunidades y personas que son objeto de crueles violencias: expulsadas de sus propias casas y patrias; vendidas como esclavas; asesinadas, decapitadas, crucificadas y quemadas vivas, bajo el vergonzoso y cómplice silencio de tantos.
El lema de la Unión Europea es Unidad en la diversidad, pero la unidad no significa uniformidad política, económica, cultural, o de pensamiento. En realidad, toda auténtica unidad vive de la riqueza de la diversidad que la compone: como una familia, que está tanto más unida cuanto cada uno de sus miembros puede ser más plenamente sí mismo sin temor. En este sentido, considero que Europa es una familia de pueblos, que podrán sentir cercanas las instituciones de la Unión si estas saben conjugar sabiamente el anhelado ideal de la unidad, con la diversidad propia de cada uno, valorando todas las tradiciones; tomando conciencia de su historia y de sus raíces; liberándose de tantas manipulaciones y fobias. Poner en el centro la persona humana significa sobre todo dejar que muestre libremente el propio rostro y la propia creatividad, sea en el ámbito particular que como pueblo.
Por otra parte, las peculiaridades de cada uno constituyen una auténtica riqueza en la medida en que se ponen al servicio de todos. Es preciso recordar siempre la arquitectura propia de la Unión Europea, construida sobre los principios de solidaridad y subsidiariedad, de modo que prevalezca la ayuda mutua y se pueda caminar, animados por la confianza recíproca.
En esta dinámica de unidad-particularidad, se les plantea también, Señores y Señoras Eurodiputados, la exigencia de hacerse cargo de mantener viva la democracia, la democracia de los pueblos de Europa. No se nos oculta que una concepción uniformadora de la globalidad daña la vitalidad del sistema democrático, debilitando el contraste rico, fecundo y constructivo, de las organizaciones y de los partidos políticos entre sí. De esta manera se corre el riesgo de vivir en el reino de la idea, de la mera palabra, de la imagen, del sofisma… y se termina por confundir la realidad de la democracia con un nuevo nominalismo político. Mantener viva la democracia en Europa exige evitar tantas «maneras globalizantes» de diluir la realidad: los purismos angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría.[10]
Mantener viva la realidad de las democracias es un reto de este momento histórico, evitando que su fuerza real – fuerza política expresiva de los pueblos – sea desplazada ante las presiones de intereses multinacionales no universales, que las hacen más débiles y las trasforman en sistemas uniformadores de poder financiero al servicio de imperios desconocidos. Este es un reto que hoy la historia nos ofrece.
Dar esperanza a Europa no significa sólo reconocer la centralidad de la persona humana, sino que implica también favorecer sus cualidades. Se trata por eso de invertir en ella y en todos los ámbitos en los que sus talentos se forman y dan fruto. El primer ámbito es seguramente el de la educación, a partir de la familia, célula fundamental y elemento precioso de toda sociedad. La familia unida, fértil e indisoluble trae consigo los elementos fundamentales para dar esperanza al futuro. Sin esta solidez se acaba construyendo sobre arena, con graves consecuencias sociales. Por otra parte, subrayar la importancia de la familia, no sólo ayuda a dar prospectivas y esperanza a las nuevas generaciones, sino también a los numerosos ancianos, muchas veces obligados a vivir en condiciones de soledad y de abandono porque no existe el calor de un hogar familiar capaz de acompañarles y sostenerles.
Junto a la familia están las instituciones educativas: las escuelas y universidades. La educación no puede limitarse a ofrecer un conjunto de conocimientos técnicos, sino que debe favorecer un proceso más complejo de crecimiento de la persona humana en su totalidad. Los jóvenes de hoy piden poder tener una formación adecuada y completa para mirar al futuro con esperanza, y no con desilusión. Numerosas son las potencialidades creativas de Europa en varios campos de la investigación científica, algunos de los cuales no están explorados todavía completamente. Baste pensar, por ejemplo, en las fuentes alternativas de energía, cuyo desarrollo contribuiría mucho a la defensa del ambiente.
Europa ha estado siempre en primera línea de un loable compromiso en favor de la ecología. En efecto, esta tierra nuestra necesita de continuos cuidados y atenciones, y cada uno tiene una responsabilidad personal en la custodia de la creación, don precioso que Dios ha puesto en las manos de los hombres. Esto significa, por una parte, que la naturaleza está a nuestra disposición, podemos disfrutarla y hacer buen uso de ella; por otra parte, significa que no somos los dueños. Custodios, pero no dueños. Por eso la debemos amar y respetar. «Nosotros en cambio nos guiamos a menudo por la soberbia de dominar, de poseer, de manipular, de explotar; no la “custodiamos”, no la respetamos, no la consideramos como un don gratuito que hay que cuidar».[11] Respetar el ambiente no significa sólo limitarse a evitar estropearlo, sino también utilizarlo para el bien. Pienso sobre todo en el sector agrícola, llamado a dar sustento y alimento al hombre. No se puede tolerar que millones de personas en el mundo mueran de hambre, mientras toneladas de restos de alimentos se desechan cada día de nuestras mesas. Además, el respeto por la naturaleza nos recuerda que el hombre mismo es parte fundamental de ella. Junto a una ecología ambiental, se necesita una ecología humana, hecha del respeto de la persona, que hoy he querido recordar dirigiéndome a ustedes.
El segundo ámbito en el que florecen los talentos de la persona humana es el trabajo. Es hora de favorecer las políticas de empleo, pero es necesario sobre todo volver a dar dignidad al trabajo, garantizando también las condiciones adecuadas para su desarrollo. Esto implica, por un lado, buscar nuevos modos para conjugar la flexibilidad del mercado con la necesaria estabilidad y seguridad de las perspectivas laborales, indispensables para el desarrollo humano de los trabajadores; por otro lado, significa favorecer un adecuado contexto social, que no apunte a la explotación de las personas, sino a garantizar, a través del trabajo, la posibilidad de construir una familia y de educar los hijos.
Es igualmente necesario afrontar juntos la cuestión migratoria. No se puede tolerar que el mar Mediterráneo se convierta en un gran cementerio. En las barcazas que llegan cotidianamente a las costas europeas hay hombres y mujeres que necesitan acogida y ayuda. La ausencia de un apoyo recíproco dentro de la Unión Europea corre el riesgo de incentivar soluciones particularistas del problema, que no tienen en cuenta la dignidad humana de los inmigrantes, favoreciendo el trabajo esclavo y continuas tensiones sociales. Europa será capaz de hacer frente a las problemáticas asociadas a la inmigración si es capaz de proponer con claridad su propia identidad cultural y poner en práctica legislaciones adecuadas que sean capaces de tutelar los derechos de los ciudadanos europeos y de garantizar al mismo tiempo la acogida a los inmigrantes; si es capaz de adoptar políticas correctas, valientes y concretas que ayuden a los países de origen en su desarrollo sociopolítico y a la superación de sus conflictos internos – causa principal de este fenómeno –, en lugar de políticas de interés, que aumentan y alimentan estos conflictos. Es necesario actuar sobre las causas y no solamente sobre los efectos.
Señor Presidente, Excelencias, Señoras y Señores Diputados:
Ser conscientes de la propia identidad es necesario también para dialogar en modo propositivo con los Estados que han solicitado entrar a formar parte de la Unión en el futuro. Pienso sobre todo en los del área balcánica, para los que el ingreso en la Unión Europea puede responder al ideal de paz en una región que ha sufrido mucho por los conflictos del pasado. Por último, la conciencia de la propia identidad es indispensable en las relaciones con los otros países vecinos, particularmente con aquellos de la cuenca mediterránea, muchos de los cuales sufren a causa de conflictos internos y por la presión del fundamentalismo religioso y del terrorismo internacional.
A ustedes, legisladores, les corresponde la tarea de custodiar y hacer crecer la identidad europea, de modo que los ciudadanos encuentren de nuevo la confianza en las instituciones de la Unión y en el proyecto de paz y de amistad en el que se fundamentan. Sabiendo que «cuanto más se acrecienta el poder del hombre, más amplia es su responsabilidad individual y colectiva».[12] Les exhorto, pues, a trabajar para que Europa redescubra su alma buena.
Un autor anónimo del s. II escribió que «los cristianos representan en el mundo lo que el alma al cuerpo».[13] La función del alma es la de sostener el cuerpo, ser su conciencia y la memoria histórica. Y dos mil años de historia unen a Europa y al cristianismo. Una historia en la que no han faltado conflictos y errores, también pecados, pero siempre animada por el deseo de construir para el bien. Lo vemos en la belleza de nuestras ciudades, y más aún, en la de múltiples obras de caridad y de edificación humana común que constelan el Continente. Esta historia, en gran parte, debe ser todavía escrita. Es nuestro presente y también nuestro futuro. Es nuestra identidad. Europa tiene una gran necesidad de redescubrir su rostro para crecer, según el espíritu de sus Padres fundadores, en la paz y en la concordia, porque ella misma no está todavía libre de conflictos.
Queridos Eurodiputados, ha llegado la hora de construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía, sino a la sacralidad de la persona humana, de los valores inalienables; la Europa que abrace con valentía su pasado, y mire con confianza su futuro para vivir plenamente y con esperanza su presente. Ha llegado el momento de abandonar la idea de una Europa atemorizada y replegada sobre sí misma, para suscitar y promover una Europa protagonista, transmisora de ciencia, arte, música, valores humanos y también de fe. La Europa que contempla el cielo y persigue ideales; la Europa que mira y defiende y tutela al hombre; la Europa que camina sobre la tierra segura y firme, precioso punto de referencia para toda la humanidad.
Gracias.


domingo, 9 de noviembre de 2014

Homilia Arzobispo de Madrid en la Fiesta de Nª Sª Almudena.

HOMILÍA DE MONSEÑOR DON CARLOS OSORO SIERRA
FIESTA DE SANTA MARIA LA REAL DE LA ALMUDENA
Domingo, 9 de noviembre de 2014
Excmos. y Rvdmos. Sr. Nuncio de Su Santidad, Mons. Renzo Fratini; Sres. Obispos Auxiliares: D. Fidel, D. César y D. Juan Antonio. Excmo. Cabildo Catedral. Queridos hermanos sacerdotes, queridos diáconos. Queridos miembros de la Vida Consagrada: religiosos, religiosas, institutos seculares, sociedades de vida apostólica, nuevas familias. Queridos seminaristas.
         Excmo. Sr. Presidente de la Comunidad de Madrid: D. Ignacio. Excmo. Sr. Presidente de la Asamblea de Madrid: D. José Ignacio. Excma. Sra. Alcaldesa de Madrid: Dña. Ana Botella y Corporación Municipal. Autoridades civiles, militares y jurídicas.
Hermanos y hermanas todos, los que estáis aquí presentes y quienes estáis siguiendo esta celebración a través de los medios de comunicación.
¡Qué realidad más bella nos hace vivir hoy la presencia de la Santísima Virgen entre nosotros! Acabamos de escuchar la Palabra de Dios, nos decía: “alégrate y goza, que vengo a habitar dentro de ti”… “Habitaré en medio de ti”. Y de la misma manera, qué fuerza tiene decir juntos con una misma voz a la Virgen: “Tú eres el orgullo de nuestra raza”. Y más aún, poder verificar en la persona de Santa María que es cierto en Ella y en la historia de los hombres lo que nos decía el libro del Apocalipsis: “Ésta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo y Dios estará con ellos y será su Dios”. Dios acampó, se encarnó y le dio rostro humano la Virgen María.
Hermanos, dejadme deciros con alegría cómo a través del “sí” de la Virgen María, nos ha dicho Dios mismo: “Todo lo hago nuevo”. Es la primera vez que, como Arzobispo de Madrid, celebro con vosotros la fiesta de la Patrona de la archidiócesis de Madrid, Nuestra Señora de la Almudena. Gracias Señor por este regalo que me haces en los primeros días de comienzo de mi ministerio episcopal, acercando a tu Santísima Madre una vez más a mi vida y a la vida de quienes viven en Madrid. Quiero deciros con fuerza y convicción las palabras del señor: “Todo lo hago nuevo”. Y la novedad hoy nos la explica a través de su Madre. Gracias al Cardenal-Arzobispo emérito de Madrid, D. Antonio María Rouco por su trabajo en el acrecentamiento de la devoción a Nuestra Señora de la Almudena, en sus años de ministerio episcopal en Madrid, Ella le pagará con creces las muestras que ha tenido de amor hacia María.
Habéis escuchado la proclamación del Evangelio. Desde lo que el Señor nos dice, os voy a hablar de tres miradas: 1) Mirada a María que desató el nudo del pecado. 2) Mirada de María testigo privilegiado de Jesucristo. 3) Mirada de María que provoca acogida y anuncio.
1) Mirada a María que desató el nudo del pecado: La fe de María desata el nudo del pecado. ¿Qué significa esto? El nudo de la desobediencia de Eva lo desató la obediencia de María. Lo que ató Eva por su falta de fe, lo desató la Virgen María por su fe. “Jesús, al ver a su Madre, y cerca al discípulo que tanto quería…”. Es la mirada de Jesucristo a María y al discípulo amado en el que estábamos todos nosotros. ¿Cómo miró Jesús a su Madre desde la Cruz? La miró y nos mostró: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, es decir, quien te habla es tu Hijo, que siendo Dios se hizo Hombre y los que son por Él, con Él y en Él, como el que está a tu lado, son tus hijos, son hijos de Dios, son hijos en el Hijo. Somos sus hijos. María es un regalo de Jesucristo a todos los hombres. Tenemos una Madre que dijo “sí” a Dios cuando llegó el momento en que Él quería acercarse a los hombres, en la máxima explicitud y cercanía, haciéndose Hombre. Conocemos a Dios porque esta Mujer que hoy nos reúne fue mirada por Dios de una manera especial: en absoluta libertad presta la vida a Dios. Y por obra del Espíritu Santo, y con la adhesión total de María, dice a Dios: “hágase en mí según tu palabra”. Comenzando así la plenitud de la historia, Dios se hizo Hombre. La mirada del Señor a su Madre y a nosotros es un regalo, no es algo que se pueda comprar, es gracia, es amor total y pasión absoluta por el hombre. Para que el hombre llegue a tener la plenitud que en el fondo de su corazón desea y busca.
2) Mirada de María testigo privilegiado de Jesucristo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Agradecemos a Dios su mirada en nuestras historias personales, la misma mirada que tuvo al discípulo a quien tanto quiso el Señor. Son historias con problemas, con tristezas y alegrías, con esperanzas y desesperanzas. Pero la mirada de María es mirada de consuelo en el largo camino de la historia de cada ser humano y en nuestra historia colectiva. Es la mirada de quien ha sido la testigo más cualificada, porque entre otras cosas es la más conocedora de Dios, la que más intimidad ha tenido con Dios. En la mirada de la Virgen María, tenemos un regalo permanente, es el regalo de la misericordia de Dios, que la miró desde la cruz y la enseñó a mirar a todos los hombres con el mismo amor de Él, en las situaciones reales en las que viven, para hacerles llegar el amor mismo de Dios. La Virgen nos enseña a mirarnos entre nosotros de otra manera, como hermanos, pues Ella nos mira como Madre. Aquí, en esta plaza y en todos los lugares en los que nos ven o escuchan, hay hombres y mujeres de todas las edades con un título único: hijos en el Hijo, hermanos con el Hermano. Es la mirada que rescata, que acompaña y que protege. Es la mirada de quien nunca abandona a nadie.
Hoy, como hace 919 años, cuando apareció en los muros de esta Villa, quiere acercarnos el rostro de tu Hijo Jesucristo y su amor de Madre, que siempre está atenta a las situaciones diversas que viven sus hijos. Ellos tienen sufrimientos diversos, unos más punzantes que otros. La crisis económica hizo y hace sufrir a muchas familias, a ancianos, adultos, jóvenes y niños. Pero nos ha hecho ver también que hay una crisis más profunda, que nos pide una renovación por dentro, en la raíz de nuestra existencia: hay que renovar al hombre por dentro, hemos de nacer de nuevo. Sí, nos pasa como a Nicodemo, a quien Jesús le ofrece nacer de nuevo. No importa la edad. Hoy, en María, Jesús nos ofrece nacer de nuevo. La situación que viven los hombres y la humanidad en todas las latitudes de la tierra lo necesita. Es cierto también que esta situación de crisis profunda, que incluye la económica, y que tiene aspectos más profundos, ha puesto a prueba el corazón y el alma de tantos que han salido a los caminos de los hombres para ayudar a quienes más necesitaban, mostrando el rostro generoso y solidario de personas, instituciones y familias. Que nada se nos interponga a la mirada de María, que nadie nos oculte esta mirada, que nadie intente robar esta mirada.
3) Mirada de María que provoca acogida y anuncio: “Ahí tienes a tu Madre. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa”. Tal día como hoy, precisamente en la fiesta de la Almudena, hace veinticinco años, caía el muro de Berlín. Un muro que separaba a los hombres, que hacía vivir en enemistad, en exclusión y en desencuentro. Un muro que no basta romperlo físicamente: hay que romper los muros que habitan en nosotros, que están construidos dentro de nosotros. De ahí la urgencia de acoger y anunciar a Jesucristo, como nos lo enseña la Virgen María. Esto es lo que hizo el discípulo amado, San Juan. Esta acogida y anuncio de María, que hizo del discípulo amado y hace de todos los hombres, es la que rompe muros y estrecha relaciones construidas con el amor mismo de Dios, que se nos ha revelado en Jesucristo y de la que María es testigo. Recordemos hoy a un hombre excepcional que tuvo en su vida la cercanía de la Virgen María: me refiero a San Juan Pablo II; él vivió con especial valentía y audacia su vida con la ayuda de la Virgen María. Él nos invitó a construir la civilización del amor, como hoy el Papa Francisco nos invita a construir la cultura del encuentro, a romper los muros que nos separan y dividen, acogiendo a Jesucristo. Nuestra Señora de la Almudena, en el relato del muro de la Vega, bella evocación medieval, nos invita a derribar muros de separación entre los hombres, a construir y hacer puentes para construir una cultura del encuentro. Para hacer esto Ella, hoy, nos regala su mirada. Madrileños, no os dejéis robar la mirada de la Virgen, que es mirada de ternura, que fortalece por dentro y por fuera, mirada que nos hace hermanos y solidarios.
Santa María de la Almudena: tenemos necesidad de estas tres miradas. Tenemos necesidad de que nos regales tu mirada, la que te regaló tu Hijo Jesús y que tú regalaste a Juan el Apóstol, y que él vivió anunciando a Jesucristo. San Juan, cuando te recibió en su casa, en su vida, acogió tu mirada. Danos tu mirada, esa que tú tienes y que regalaste a todos los hombres el día que dijiste “sí” a Dios, el mismo día que pronunciaste “hágase en mi según tu palabra”. Cuando prestaste tu vida y te convertiste en una vasija preciosa para contener sólo a Dios, en ti y por obra del Espíritu Santo, Dios se hizo presente entre los hombres y tomó rostro humano. Tienes pasión por darnos vida, alegría, por romper muros que nos separan y excluyen, por crear esa unidad y comunión que solamente es posible cuando nos unimos desde esa hondura que nos funda y nos hace ser hijos de Dios y, por eso, hermanos. Tienes siempre algo que decir a los hombres para darnos esperanza, para hacer nuestros los sueños de Dios, para hacernos ver que los hombres no somos dueños, ni patronos, que el único dueño de todo es Dios, el mismo que pidió a la Virgen Santísima que le prestase su vida para mostrar lo que hemos de ser con su misma vida: “el mayor entre vosotros se ha de hacer como el menor, y el que gobierna, como el que sirve. Porque ¿quién es más, el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc 22. 26-27).
Gracias, Santa María, por el protagonismo que has tenido en darnos a conocer quién es el hombre y quién es Dios. Eres portadora de una mirada diferente sobre todas las cosas, la misma que te regaló tu Hijo Jesucristo para que nos la dieses a todos nosotros: una mirada de ternura, de misericordia, de Madre, que nos ampara siempre y nos destapa el alma, mirada de compasión. Madre, tenemos necesidad de vivir como hermanos. No es fácil vivir como hermanos, pero te lo pedimos de corazón, necesitamos vivir así, como el aire que respiramos o el agua que nos abreva la sed; que nunca nos falte el clima de hermanos que se ayudan los unos a los otros y en donde nadie pasa necesidad, porque lo mucho o lo poco que tenemos lo ponemos a disposición de los que más lo necesitan.
Al recibir a tu Hijo Jesucristo aquí, en el misterio de la Eucaristía dentro de unos momentos, dejemos que Él entre en nuestras vidas como entró en María, dejemos que nos mire como miró a su Madre, entremos en comunión con Él, y vayamos por el mundo entregando el mismo anuncio de María: “proclama mi alma la grandeza del Señor”, es decir anunciemos que con Jesucristo “todo es nuevo”, porque tiene la novedad de quien es el Camino, la Verdad y la Vida. Amén.  

lunes, 20 de octubre de 2014

BEATIFICACIÓN DE PABLO VI

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Plaza de San Pedro
Domingo 19 de octubre de 2014

Acabamos de escuchar una de las frases más famosas de todo el Evangelio: «Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (Mt 22,21).
Jesús responde con esta frase irónica y genial a la provocación de los fariseos que, por decirlo de alguna manera, querían hacerle el examen de religión y ponerlo a prueba. Es una respuesta inmediata que el Señor da a todos aquellos que tienen problemas de conciencia, sobre todo cuando están en juego su conveniencia, sus riquezas, su prestigio, su poder y su fama. Y esto ha sucedido siempre.
Evidentemente, Jesús pone el acento en la segunda parte de la frase: «Y [dar] a Dios lo que es de Dios». Lo cual quiere decir reconocer y creer firmemente –frente a cualquier tipo de poder– que sólo Dios es el Señor del hombre, y no hay ningún otro. Ésta es la novedad perenne que hemos de redescubrir cada día, superando el temor que a menudo nos atenaza ante las sorpresas de Dios.
¡Él no tiene miedo de las novedades! Por eso, continuamente nos sorprende, mostrándonos y llevándonos por caminos imprevistos. Nos renueva, es decir, nos hace siempre “nuevos”. Un cristiano que vive el Evangelio es “la novedad de Dios” en la Iglesia y en el mundo. Y a Dios le gusta mucho esta “novedad”.
«Dar a Dios lo que es de Dios» significa estar dispuesto a hacer su voluntad y dedicarle nuestra vida y colaborar con su Reino de misericordia, de amor y de paz.
En eso reside nuestra verdadera fuerza, la levadura que fermenta y la sal que da sabor a todo esfuerzo humano contra el pesimismo generalizado que nos ofrece el mundo. En eso reside nuestra esperanza, porque la esperanza en Dios no es una huida de la realidad, no es un alibi: es ponerse manos a la obra para devolver a Dios lo que le pertenece. Por eso, el cristiano mira a la realidad futura, a la realidad de Dios, para vivir plenamente la vida –con los pies bien puestos en la tierra– y responder, con valentía, a los incesantes retos nuevos.
Lo hemos visto en estos días durante el Sínodo extraordinario de los Obispos –“sínodo” quiere decir “caminar juntos”–. Y, de hecho, pastores y laicos de todas las partes del mundo han traído aquí a Roma la voz de sus Iglesias particulares para ayudar a las familias de hoy a seguir el camino del Evangelio, con la mirada fija en Jesús. Ha sido una gran experiencia, en la que hemos vivido la sinodalidad y la colegialidad, y hemos sentido la fuerza del Espíritu Santo que guía y renueva sin cesar a la Iglesia, llamada, con premura, a hacerse cargo de las heridas abiertas y a devolver la esperanza a tantas personas que la han perdido.
Por el don de este Sínodo y por el espíritu constructivo con que todos han colaborado, con el Apóstol Pablo, «damos gracias a Dios por todos ustedes y los tenemos presentes en nuestras oraciones» (1 Ts 1,2). Y que el Espíritu Santo que, en estos días intensos, nos ha concedido trabajar generosamente con verdadera libertad y humilde creatividad, acompañe ahora, en las Iglesias de toda la tierra, el camino de preparación del Sínodo Ordinario de los Obispos del próximo mes de octubre de 2015. Hemos sembrado y seguiremos sembrando con paciencia y perseverancia, con la certeza de que es el Señor quien da el crecimiento (cf. 1 Co 3,6).
En este día de la beatificación del Papa Pablo VI, me vienen a la mente las palabras con que instituyó el Sínodo de los Obispos: «Después de haber observado atentamente los signos de los tiempos, nos esforzamos por adaptar los métodos de apostolado a las múltiples necesidades de nuestro tiempo y a las nuevas condiciones de la sociedad» (Carta ap. Motu proprio Apostolica sollicitudo).
Contemplando a este gran Papa, a este cristiano comprometido, a este apóstol incansable, ante Dios hoy no podemos más que decir una palabra tan sencilla como sincera e importante: Gracias. Gracias a nuestro querido y amado Papa Pablo VI. Gracias por tu humilde y profético testimonio de amor a Cristo y a su Iglesia.
El que fuera gran timonel del Concilio, al día siguiente de su clausura, anotaba en su diario personal: «Quizás el Señor me ha llamado y me ha puesto en este servicio no tanto porque yo tenga algunas aptitudes, o para que gobierne y salve la Iglesia de sus dificultades actuales, sino para que sufra algo por la Iglesia, y quede claro que Él, y no otros, es quien la guía y la salva» (P. Macchi, Paolo VI nella sua parola, Brescia 2001, 120-121). En esta humildad resplandece la grandeza del Beato Pablo VI que, en el momento en que estaba surgiendo una sociedad secularizada y hostil, supo conducir con sabiduría y con visión de futuro –y quizás en solitario– el timón de la barca de Pedro sin perder nunca la alegría y la fe en el Señor.
Pablo VI supo de verdad dar a Dios lo que es de Dios dedicando toda su vida a la «sagrada, solemne y grave tarea de continuar en el tiempo y extender en la tierra la misión de Cristo» (Homilía en el inicio del ministerio petrino, 30 junio 1963: AAS 55 [1963], 620), amando a la Iglesia y guiando a la Iglesia para que sea «al mismo tiempo madre amorosa de todos los hombres y dispensadora de salvación» (Carta enc. Ecclesiam Suam, Prólogo).

Enlace acerca de la beatificación de Pablo VI: imágenes, frases, hechos importantes del ministerio petrino de Pablo VI.

http://w2.vatican.va/content/vatican/es/special/2014/beatification-pvi/topic.html/content/specialevents/es/2014/10/16/beatificazionepaolovi 

martes, 14 de octubre de 2014

V Centenario Santa Teresa de Jesús: arranca el Año Jubilar Teresiano 2014-2015

Santa Teresa de Jesús
EL MIÉRCOLES 15 DE OCTUBRE COMIENZAN LAS CELEBRACIONES

Todos los caminos de la Iglesia católica en España se dirigen ya hacia el V Centenario del Nacimiento de Santa Teresa de Jesús, con un especial epicentro en la ciudad de Ávila, donde nació la santa el 28 de marzo de 1515 y también en Alba de Tormes (Salamanca), donde falleció el 4 de octubre de 1582. No obstante, dado el relieve de la santa, toda la Iglesia católica en España y el Carmelo Descalzo de toda la Iglesia universal celebrará la efeméride con rango de año jubilar. La clausura será el 15 de octubre de 2015.

Blog oficial donde podréis encontrar toda la información al respecto (actos, voluntariado,...)

http://teresaavila2015.blogspot.com.es/

martes, 7 de octubre de 2014

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN LA APERTURA DEL SÍNODO SOBRE LA FAMILIA

SANTA MISA DE APERTURA
DEL SÍNODO EXTRAORDINARIO SOBRE LA FAMILIA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Basílica Vaticana
Domingo 5 de octubre de 2014

El profeta Isaías y el Evangelio de hoy usan la imagen de la viña del Señor. La viña del Señor es su «sueño», el proyecto que él cultiva con todo su amor, como un campesino cuida su viña. La vid es una planta que requiere muchos cuidados.
El «sueño» de Dios es su pueblo: Él lo ha plantado y lo cultiva con amor paciente y fiel, para que se convierta en un pueblo santo, un pueblo que dé muchos frutos buenos de justicia.
Sin embargo, tanto en la antigua profecía como en la parábola de Jesús, este sueño de Dios queda frustrado. Isaías dice que la viña, tan amada y cuidada, en vez de uva «dio agrazones» (5,2.4); Dios «esperaba derecho, y ahí tenéis: asesinatos; esperaba justicia, y ahí tenéis: lamentos» (v. 7). En el Evangelio, en cambio, son los labradores quienes desbaratan el plan del Señor: no hacen su trabajo, sino que piensan en sus propios intereses.
Con su parábola, Jesús se dirige a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos del pueblo, es decir, a los «sabios», a la clase dirigente. A ellos ha encomendado Dios de manera especial su «sueño», es decir, a su pueblo, para que lo cultiven, se cuiden de él, lo protejan de los animales salvajes. El cometido de los jefes del pueblo es éste: cultivar la viña con libertad, creatividad y laboriosidad.
Pero Jesús dice que aquellos labradores se apoderaron de la viña; por su codicia y soberbia, quieren disponer de ella como quieran, quitando así a Dios la posibilidad de realizar su sueño sobre el pueblo que se ha elegido.
La tentación de la codicia siempre está presente. También la encontramos en la gran profecía de Ezequiel sobre los pastores (cf. cap. 34), comentada por san Agustín en su célebre discurso que acabamos de leer en la Liturgia de las Horas. La codicia del dinero y del poder. Y para satisfacer esta codicia, los malos pastores cargan sobre los hombros de las personas fardos insoportables, que ellos mismos ni siquiera tocan con un dedo (cf. Mt 23,4).
También nosotros estamos llamados en el Sínodo de los Obispos a trabajar por la viña del Señor. Las Asambleas sinodales no sirven para discutir ideas brillantes y originales, o para ver quién es más inteligente... Sirven para cultivar y guardar mejor la viña del Señor, para cooperar en su sueño, su proyecto de amor por su pueblo. En este caso, el Señor nos pide que cuidemos de la familia, que desde los orígenes es parte integral de su designio de amor por la humanidad.
Somos todos pecadores y también nosotros podemos tener la tentación de «apoderarnos» de la viña, a causa de la codicia que nunca falta en nosotros, seres humanos. El sueño de Dios siempre se enfrenta con la hipocresía de algunos servidores suyos. Podemos «frustrar» el sueño de Dios si no nos dejamos guiar por el Espíritu Santo. El Espíritu nos da esa sabiduría que va más allá de la ciencia, para trabajar generosamente con verdadera libertad y humilde creatividad.
Hermanos sinodales, para cultivar y guardar bien la viña, es preciso que nuestro corazón y nuestra mente estén custodiados en Jesucristo por la «paz de Dios, que supera todo juicio» (Flp 4,7). De este modo, nuestros pensamientos y nuestros proyectos serán conformes al sueño de Dios: formar un pueblo santo que le pertenezca y que produzca los frutos del Reino de Dios (cf. Mt 21,43).

ENCÍCLICA del PAPA FRANCISCO "LAUDATO SI´, sobre el cuidado de la casa común".

ENCÍCLICA del PAPA FRANCISCO "LAUDATO SI´, sobre el cuidado de la casa común".
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